Un viejo tren de vapor resopla en el vano
intento de dejar una estación atrás con sus andenes con las últimas maletas y
baúles que elegantes damas abandonaron repletas de amores olvidados y de
vencimientos presentidos en aquellas primaveras en las que las cubrieron de
versos y besos escritos y grabados en los pétalos de margaritas que deshojaron
las primeras brisas del otoño y ahora apoyadas en la ventanilla languidecen con
la mirada perdida en el cartel que anuncia la estación de ningunaparte. Amén.
Asomad a la ventana de vuestra torre y mirad cómo rueda la luna por la línea del horizonte en busca de vuestros labios para que de besos llena y en plata resuelta vuelva al firmamento donde nuestros ojos la esperan para venerarla y temer su cara oculta y las sombras que proyecta en las tapias de la memoria entre la negrura de los cipreses donde una lápida de mármol reza: aquí descansa el amor que te tuve y aquí sangra el corazón que no te olvida custodiado por dos ángeles de piedra con la espada en alto de aquellas palabras que me mataron advirtiendo que el que ama muere y el que es amado mata.Amén
vuelo
de nube, brisa y beso, etérea,
te abrazo, y
sé que aunque eres, para
mí no existes, y
sé que no te tengo, pero
cierro los ojos y entonces, entonces…
eres mi princesa, mi
princesa incógnita, ni
X ni Y, eres Z.
Envuelto de un misterioso pasado
fui a buscarte siguiendo el cordón umbilical del tiempo para encontrarte lánguidamente
echada sobre el diván del Tamarit hecha
verso entre las páginas de un librito que aún estoy entreabriendo para que no
se escape el halo de magia que susurra que existes pero que se resiste a soplar
el vaho del aliento tras el que ocultas tu rostro endecasílabo al son de “Nadie
sabía que martirizabas/ un colibrí de amor entre los dientes”
Entre
las anónimas brumas de la memoria asoma su cuerno dorado el blanco unicornio
señalando con su destello mágico al centro mismo donde habita el latido que se creía muerto si
no dormido desde antaño cuando los versos fluían por páginas que nunca se
imaginaban trajeran la magia súbita de una carta manuscrita ni el librito del
poeta a quien amaban en silencio cómplice desgranando besos virtuales y
caricias soñadas y abrazos que fundieron las rejas de la realidad perseguida
por mudas fotos que no encontraban fecha. Amén